Si nos detenemos a reflexionar en cada página que a lo largo del camino hemos escrito en el libro de nuestra historia en pensamiento, palabra y obra… ¿Cuán edificante y productiva consideramos cada una? Porque, constantemente, estamos cosechando frutos ya sean muchos, pocos, buenos, menos buenos, dulces o amargos.

En Gálatas 6:7 nos dice la Biblia que, “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” Sabemos que los frutos de las semillas que se siembran no se ven inmediatamente; tiene que pasar un tiempo considerable, a veces bastante largo, antes de poder segarlos de la planta o árbol que ha brotado de la semilla sembrada. “Pacientemente espera el labrador el precioso fruto hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía…”

Así como sucede con las plantas en el mundo físico y material, ocurre también en el mundo espiritual. ¿Sabías tú que lo que pensamos, hablamos y hacemos está relacionado directamente con el mundo espiritual en que nos movemos? Y los frutos de los pensamientos que se concentran en la mente, las palabras que salen de nuestra boca, las decisiones que tomamos y toda obra que llevemos a cabo hoy, los recogeremos en el futuro… ya sea mañana, en un mes, un año o muchos años, pero de seguro se darán… sean buenos o sean malos. ¿Será fácil reconocer los frutos por la semilla que sembramos, o se nos hace difícil identificarlos para saber de dónde salieron?

Permanezcamos, pues, en Aquel que es la vid verdadera, para que los frutos que seguemos sean en Él, por Él y para Él. Dicho en otras palabras: Pongamos nuestras vidas en las manos del Admirable Príncipe de Paz con el fin de recoger en su tiempo los más dulces, abundantes y sabrosos frutos.

Lo interesante es que en Cristo no hay que esforzarse para producir buen fruto; se da naturalmente si permanecemos en Él. Él es la simiente incorruptible; Cristo es la semilla. Su fruto: Bondad, Justicia y Verdad. (Efesios 5:9) “Por sus frutos los conocerán…”

ZCR
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