Me Basta su Gracia
A Tomás, un hombre muy diligente, le costaba dejar pasar los asuntos sin que, de alguna manera, buscara la forma de atenderlos enseguida conforme a su propio juicio. No podía envolverse en distracción alguna sin antes tratar los problemas que le merecían una solución.
Viviendo en un mundo de tanto conflicto y en el tiempo de una burocracia extrema en todo lugar, debía ejercitar su paciencia muy a menudo para esperar a que otros hicieran la parte que les correspondía.
Cierto día, sintiéndose indignado, cansado y hasta algo deprimido ante la situación del momento, se esforzó a echar a un lado lo que ocupaba su tiempo y decidió irse a la playa buscando despejar su mente de lo que le agobiaba. Se sentó bajo la primera palma que encontró en el lugar y, después de derramar unas cuantas lágrimas ante su impotencia por no poder dar con alguna solución, y al admirar la hermosa naturaleza que se desplegaba ante sí, tomó un Nuevo Testamento que había estado guardando por cierto tiempo, y comenzó a escudriñarlo página tras página buscando el consuelo, la paz y una luz que alumbrara el túnel sin salida en el cual se encontraba atrapado.
Fue a los Salmos y pasó por los Proverbios, mas, no fue hasta que se topó con el Maestro en el capítulo once del Evangelio según San Mateo, que sintió el toque que necesitaba en su desesperación. “Venid a Mí todos los que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas…” (vs. 28-29)
Un llanto desgarrador salió de lo más profundo de su ser, y sin poder controlarlo, elevó su mirada al cielo sintiendo su pequeñez y necesidad de la ayuda divina. Clamó a Dios en humillación, reconociendo la autosuficiencia que hasta ese momento lo había estado manejando, y amparándose en la gracia y el amor que el Padre Celestial le ofrecía a través de su Hijo Jesucristo, recibió en el instante la paz que su alma había estado anhelando, una paz que inundó todo su ser y que el mundo con todo su atractivo y esplendor jamás le pudo dar.
Ese momento marcó el comienzo de una historia nueva e interesante por demás en la vida de Tomás. Tal vivencia fue el motor que lo impulsó a mantenerse en contacto con su Hacedor y Salvador en una relación de amistad que a través de los años se ha perfeccionado, afirmado, y fortalecido. En su corazón faltan las palabras para expresar su agradecimiento al Amigo que llegó para libertarlo de la prisión espiritual en que se encontraba por vivir ignorando la verdad.
Tomás aprendió que, no es el esfuerzo propio por buena intención que le acompañe, sino la FE y confianza en Aquél que TODO lo puede; es descansar en el Amado sin ansiedad alguna para poder ver su mano poderosa moverse en los asuntos porque… “sin FE es imposible agradar a Dios. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra FE.”
Reconoció también, que pensar conforme a la Palabra de Dios y ponerse de acuerdo con Él en todo asunto, evita el desgaste emocional, físico y espiritual… Realmente vale la pena confiar y esperar, no en los hombres, sino en el Dios del cielo, para quien nada es imposible.
Desde entonces, cuando Tomás se encuentra ante una encrucijada, ya no batalla ni se esfuerza inútilmente, sino que echa sobre el Padre toda su ansiedad, todo temor, y toda preocupación sabiendo que Dios tiene cuidado de él; siempre termina el diálogo con su Amigo diciendo: “No se haga, Señor, mi voluntad, sino la tuya.”
Desde aquel inolvidable día, Tomás tomó por costumbre allegarse cada cierto tiempo hasta la playa, sentarse bajo la palma, testigo de la experiencia más hermosa que jamás ha vivido, cerrar sus ojos, e imaginarse al Admirable sonriéndole desde el cielo, dándole a entender que todas las áreas de su vida están en su pleno y absoluto control… lo que Tomás reciproca a su Amado con otra sonrisa.
Muchas porciones bíblicas ha hecho muy suyas Tomás, pero de todas, ésta es una de las que nunca faltan en su agenda diaria: 2 Corintios 12:9-10
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré mas bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
ZCR
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