Bendice, alma mía, al Señor
“Bendice, alma mía, al Señor y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila.” Salmo 103:1-4
El salmista David constantemente se hablaba a sí mismo para jamás olvidar las bondades y los beneficios que de día en día recibía del Padre de las luces. ¡Cómo olvidar la manifestación del Amor de Dios a cambio de nada! ¡Cómo pasar por alto su fidelidad y grande misericordia!
Llevemos cautivo todo pensamiento, todo sentimiento y todo interés que intenta hacernos olvidar, pasar por alto, o menospreciar las tantas bendiciones que de día en día recibimos de nuestro Padre Celestial. Aún en los momentos más tristes, críticos y difíciles que podamos haber vivido, ahí ha estado nuestro Dios con los brazos abiertos esperando que lo advirtiéramos para suplir la necesidad que fuera menester. Porque… “Los pensamientos que Dios tiene para con sus pequeñitos son pensamientos de Paz y no de mal, para darnos el fin que esperamos.” (Jeremías 29:11)
Es el bien, es la bendición, es la paz y el bienestar pleno y completo lo que desea nuestro Dios Fiel para con todos; El no tiene favoritos ni hace acepción de personas. “Amado, Yo deseo que seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” 3 Juan 2
¡Gloria a Dios por Jesucristo, quien vino a amistarnos con el Padre y a darnos vida abundante y eterna! Agradecidos decimos, como David, a nuestra alma: “Bendice, alma mía, al Señor y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios.”
ZCR