Urraca de Bendición
En una ciudad industrial sobre el río Rhin en Alemania, volvía de la fábrica a su hogar, un tejedor, hombre temeroso de Dios. Su esposa y sus 5 hijos de corta edad le aguardaban para comer la modesta cena que consistía de un plato de sopa de pan y papas. Pero el hombre no sentía deseos de comer. Con un fuerte suspiro puso su sueldo sobre la mesa diciendo:
-Este dinero es el último que te daré y tendrá que durarnos para vivir pues he sido despedido del trabajo.
-Imposible, exclamó la esposa asombrada. Hace trece años que trabajas en la fábrica y hace apenas quince días que el señor Monset te elogiaba ante sus amigos como un obrero fiel y aplicado.
-A mí también me resulta algo inexplicable, contestó el esposo, pero el patrón se mostró firme en su resolución. Ahora, agregó, es necesario que nos consolemos con las Palabras de nuestro Salvador en Mateo 6:8. (“No sean como ellos, porque su Padre ya sabe de lo que ustedes tienen necesidad, antes de que ustedes le pidan.”)
A la mañana siguiente, domingo, el hombre fue como de costumbre al culto y empezó su búsqueda por trabajo, muy desconsolado, pues durante toda la semana no se le abrió ninguna puerta. Pronto llegó el día en que la madre puso el último pedazo de pan sobre la mesa para los niños más pequeños, mientras los dos mayores tuvieron que ir al colegio sin desayunar. Ese día también el padre salió a buscar trabajo.
La madre estaba arreglando las camas cuando oyó un grito de un chico en la calle que exclamó: “Aquí tienen ustedes algo para comer”, y en el mismo momento cayó un bulto por la ventana abierta del comedor. Ella corrió para ver de qué se trataba y vio que era un pájaro muerto, una urraca. Tomó el pájaro por el cuello y lo vio tan hinchado que le llamó la atención. Lo cortó y encontró una cadenita de oro con una piedra preciosa de un brillo radiante. Llevó la joya al platero quien, al verla, exclamó con alegría: La conozco, hace quince días la vendí al señor Monset; mire usted, aquí lleva mi marca.
Inmediatamente fue a casa del patrón para explicarle lo ocurrido. La hija del señor Monset dijo que su urraca había muerto y la había echado por la ventana, encontrándola el muchacho dos días después. Desde entonces echaron de menos la cadenita y como el tejedor había hecho un trabajo ese día en la habitación de la señora, cayó sobre él la sospecha del robo.
Después de esto el señor Monset se disculpó de su mal infundada sospecha pidiéndole al obrero que volviera a su casa, con un sueldo mayor al que antes había ganado.
«A los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien.» Romanos 8:28