Dios dotó a la humanidad de un libre albedrío a través de lo cual ejercitamos la voluntad para tomar nuestras propias decisiones. Siendo Dios nuestro Creador jamás ha coartado tal libertad. Su propósito no fue hacer marionetas a las cuales El pudiera manejar a su antojo. El no consideró la creación del hombre como un juego; todo lo contrario, sino como algo de mucha seriedad. «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.» (Génesis1:27)

Dios sabía cuál sería el resultado de este privilegio. El sabía que desde las primeras criaturas, todas le iban a fallar. El ser humano, desde la desobediencia de Adán, siempre se ha considerado «autosuficiente y capacitado» para tomar sus decisiones sin consultar a nadie y mucho menos a Dios. O sea, que el libre albedrío es un arma de doble filo… ¡Se ha confundido el término LIBERTAD (libre de la esclavitud) con LIBERTINAJE (desenfreno en el uso de la libertad).

Ese poder decisional nos fue dado para que cada cual, de su propia voluntad, reconozca a Dios como su Creador, su Dueño y Señor; y ésto, para nuestro propio bien. Es decidir hacer la voluntad de Dios y no la mía… “El que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.” 1 Juan 2:17

ZCR
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