¿Me Ama…?

¿Me Ama…?

Me ama, No me ama… Me ama, No me ama… Como una jovencita jugando con los pétalos de una margarita, así se comportan muchas personas condicionando el amor de Dios a las circunstancias. Con la boca lo niegan, y aunque no quieran aceptarlo, sus hechos les delatan.

Dios sanó a mi hijo… Me ama.
Me quedé sin trabajo… No me ama.
Hoy recibí un ascenso… Me ama.
Se dañó mi automóvil… No me ama.

El Amor de Dios no es un juego, es una hermosa y sublime realidad. Los que así se conducen no han conocido al Dios de Amor. El concepto que tienen del Padre es distorsionado… “un día es bueno y al otro día es malo.” O sea, el amor de Dios está condicionado por las experiencias que se presentan de día en día… si me va bien, me ama, y si las cosas no salen como espero, no me ama. ¡Nada más lejos de la verdad!

El Amor de Dios es real, incondicional, permanente y TAN grande que dio a su Hijo unigénito para darnos vida abundante y eterna. Sus pensamientos para con todos son de paz y no de mal… (Jeremías 29:11) Es lo bueno lo que Dios, el Padre, desea para cada una de sus criaturas.

En el principio, Dios creó todas las cosas incluyendo al ser humano, y estableció que cada especie, conforme a su género, comenzara y siguiera su curso natural de vida durante el resto de su tiempo en la tierra. Preparó el ambiente propicio para cada cual… Desafortunadamente, fue el hombre, para su propio mal, el primero en salirse del entorno especial preparado para él por Dios. Y… comenzaron a desfilar las consecuencias que ellos mismos se buscaron, no como parte del plan divino, sino por causa de la desobediencia. Por esa razón y por el Gran Amor de Dios, que no cambia ni deja de ser, vino Jesucristo al mundo buscando amistarnos con el Padre, quien, en medio de toda turbulencia, nos da siempre la salida, la Paz y la Victoria, porque esa sí, es su voluntad.

El mundo sigue su curso y cada quien continúa su marcha formando su destino conforme a las decisiones tomadas de día en día. Cada cual es responsable de sus actos y nadie podrá, en manera alguna decir, que Dios manda sufrimientos, enfermedades, o angustias…

Todo eso y más es lo que Él nos quiere evitar. Son bendiciones lo que Dios desea para ti y para mí, por siempre y siempre porque nos AMA con amor inefable, un Amor que en nada se compara al amor humano y que con nuestra mente jamás lo podremos comprender.

Muchos hijos se sienten amados por su padre terrenal cuando éste les complace, les mima y accede a sus caprichos, pero cuando su padre les disciplina y se niega a complacerles, otra es la historia… Es ese el concepto que se ha arraigado en su mente y corazón con relación al Padre Celestial.

Mi padre terrenal falleció cuando apenas comenzaba yo a conocerle. Crecí echando de menos su presencia, pero cuando me encontré con mi Padre Celestial el día en que tropecé con Su Hijo Jesucristo, le amé y confié en El y jamás he pensado que El deseó despojarme de mi progenitor… Dios sabe el porqué de todas las cosas y a mí no me compete inquirir y mucho menos hacerle a El responsable. ¿Fue esa Su voluntad? NO… Pero, una cosa sé: “A los que aman a Dios, TODAS las cosas les ayudan a bien.” (Romanos 8:28) Cuando Cristo llega a nuestras vidas, “las cosas viejas pasaron; TODAS son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17) Dios tiene el poder y la buena voluntad de convertir todas las adversidades en Bendición.

Veo a mi Padre Celestial en todos mis asuntos y cuando se presentan momentos no muy gratos, he aprendido a refugiarme en Él y a buscar y encontrar los tesoros y secretos muy guardados que tiene para los que le aman. Cada vivencia guarda mensajes, lecciones y enseñanzas llenas de sabiduría lo cual es más valioso que todo el oro del mundo. Es por eso que… no importando cuáles sean las circunstancias, he creído, creo y siempre creeré, que Dios me AMA como nadie y siempre me amará. No cambio a mi Padre Celestial por el mejor padre del mundo… ¡Abba, Padre!

¡Cuánto se pierden los que han decidido vivir alejados del Padre, los que ignoran Su gran Amor, los que culpan a Dios por todos sus males!

Tenemos en la Biblia un personaje quien, en su amargura, comenzó adjudicando a Dios su dolor, su pena y angustia creyendo que El era el responsable de su desgracia… le vino lo que temía y se turbó. “En el Amor no hay temor…” (1 Juan 4:18) En su batalla, exaltaba el poder y la fidelidad de Dios, también reconocía su propia naturaleza pecadora pero… no había conocido el Amor y la misericordia de Dios.

Ese fue Job…perfecto, recto y temeroso de Dios; se apartaba del mal y conocía mucho sobre Dios pero, no le había conocido a El. Un día vivió la experiencia de saber cuánto Dios le amaba, no porque lo mereciera, sino por Su Gran Amor incondicional dado a cambio de nada.

Nosotros le amamos a El, porque El nos amó primero.” (1 Juan 4:19) “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.” Job 42:5

ZCR
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