Marta y María
La historia de Marta y María se repite de generación en generación, la una afanada por la necesidad de reconocimiento y la otra, dejando todo de lado con el fin de saciar su hambre y sed de Dios. Mucho se ha hablado sobre estos dos personajes que, siendo hermanas, eran completamente diferentes en actitudes e intereses; tan lejos una de la otra como lo está la tierra del cielo.
Hay quien resalta las bondades de ambas pero hubo uno, que sin ambages ni titubeos, marcó la diferencia clara y directa: -“Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” El regaño vino, nada más y nada menos, que de Jesús de Nazaret, a quien ella quería impresionar por considerarlo un huésped especial, y como tal, esperaba de Él la mayor exaltación jamás recibida hacia su persona. ¡Pobre Marta! Terreno peligroso el que pisaba; en vez de agradar a Jesús, se esmeraba para que Jesús la agradara a ella.
Me imagino a esta mujer confundida y avergonzada, pues, esperando elogios del Maestro, éste ensalzaba la actitud de María, su hermana, a quien ella criticaba y de quien se quejaba por no ayudarle.
María era más sabia y tan pronto entró Jesús a la casa, se postró a sus pies para escuchar lo que Él tenía que decirle. No lo recibió como a un visitante cualquiera, sino como a su Señor a quien debía de agradarle, no con comida, sino con un corazón contrito y humillado.
Cuando anteponemos lo vano a lo esencial, tergiversamos el orden establecido por Dios, y en vez de acercarnos a Él, cada vez nos alejamos más. Dios no nos creó para que estableciéramos con Él una competencia, buscando enaltecer nuestro ego sino, todo lo contrario… debemos de menguar para que Jesús crezca.
No confundamos el servir de buena voluntad con la necesidad enfermiza de que se nos elogie por nuestros esfuerzos. Anhelemos ser como María y echemos a un lado nuestro deseo de reconocimiento, siendo humildes, como le agrada a Dios. Pongamos nuestra mirada en Jesús, la buena parte la cual no nos será quitada.
ZCR
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