La Paciencia
Tengo la certeza de que, en este tiempo, más que en ningún otro, la virtud de saber esperar, tolerar, pasar por alto, no ceder a la tentación de pagar mal con mal, quedarse callado/a ante ciertos comentarios y/o ciertas circunstancias, etc., es necesaria, fundamental y vital para poder vivir cada día en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Hemos oído y leído sobre la paciencia de Job, quien, en medio de su sufrimiento, fue muy tolerante con aquellos que lo enjuiciaban, y a pesar del dolor en su cuerpo, decidió glorificar al Dios que lo creó. También sabemos del fin del Señor quien, ante la crueldad de sus verdugos, “no abrió su boca, antes bien se dejó llevar como cordero al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Isaías 53:7)
¡Cuán impacientes somos nosotros/as ante la menor de las adversidades, cuando se suscitan desacuerdos, cuando las cosas no salen como quisiéramos y los planes esbozados y bien planificados se distorsionan! ¡Hasta con Dios nos impacientamos cuando le presentamos nuestros asuntos y queremos que nuestras peticiones sean contestadas al instante! “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego contra el Señor se irrita su corazón. (Proverbios 19:3) Como dice el dicho popular: -“Ni Dios se salva” de la altanería y soberbia innata de los humanos. ¡Cuánta falta nos hace esa virtud!
La paciencia no es parte del paquete que recibimos cuando fuimos engendrados, mas bien, lo contrario es lo que se manifiesta tan pronto se hace la entrada al mundo de los vivientes. ¿Estás consciente de esta gran verdad? ¿Reconoces que no siempre eres tan paciente como debieras ser? ¿Te has visto envuelto/a en situaciones no muy agradables por causa de tu impaciencia? ¿En algún momento has clamado al cielo diciendo: “Dios mío, dame paciencia”… porque te encuentras a punto de ebullición por estar tratando con tus fuerzas de no dar rienda suelta a tus pasiones? “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del padre de las luces.” (Santiago 1:17)
Es Dios, en su infinita bondad, quien conociendo nuestra naturaleza humana, está dispuesto a suplir aquello que reconocemos que nos hace falta. Es la paciencia fruto del Espíritu en aquellos que han nacido de nuevo, y el cual, mientras más se ejercite, más dominio tendrá sobre nosotros. “Con nuestra paciencia ganaremos nuestras almas.” (Lucas 21:19)
En muchas ocasiones, al que ejercita la paciencia se le confunde con un espécimen raro que se luce en enaltecer la necedad, un extraterrestre o un pobre débil, cobarde e incompetente que no sabe defender ni sus posturas ni sus derechos. Pues, veamos el caso de Jesús…
El Hijo del Dios viviente llegó a la cruz sin resistirse y ofrendó su vida sin defenderse, teniendo el poder para ello. Permitió que sus enemigos se burlaran, le vituperaran, hicieran con Él todo lo que quisieron y se sentaran a proclamar la victoria de su fechoría, creyendo que habían acabado con Aquel cuya presencia les mortificaba. Pero, oh, ¡Tremenda sorpresa la que les aguardaba! El Hijo de Dios fue crucificado, muerto y sepultado y… al tercer día… RESUCITÓ. ¿Dónde se escondieron los verdugos, los que se jactaron de una falsa y muy corta victoria? ¿Qué se hicieron los que se creían fuertes? ¿Salieron huyendo?
“En la debilidad se perfecciona el poder de Dios.” 2 Corintios 12:9
No te avergüences de reconocer tu necesidad de ser paciente. Son los íntegros, los valientes, los humildes, los que tienen temor de Dios los que desean vivir su vida para agradar al Señor y ser de bendición para el resto de la humanidad. La paciencia no es un lujo para algunos, es una necesidad de todos.
ZCR
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