Dejando Huella
Un matrimonio estaba con sus tres niños en un restaurante, cuando el menor de dos años, comenzó con una rabieta incontrolable. La madre se levantó de su silla, tomó al niño y lo sacó fuera del lugar y no regresó hasta que el niño se había calmado. Ya acomodados en la mesa, volvió el niño a enfurecerse. En esta ocasión, fue el padre quien se levantó y lo sacó afuera nuevamente.
La mujer, entonces, le pidió su cuenta al mesero, llevándose la grata sorpresa de que un extraño ya había cubierto su deuda. Asombrada, no se explicaba el gesto de tal persona quien, se enteró ella entonces, que éste había sentido gran admiración por la manera tan sabia con que la pareja había manejado el asunto con su niño.
Cuando lo natural en uno/a se manifiesta, siempre deja una huella indeleble en quien observa, sea bueno o sea malo… Y, ¡qué satisfacción produce cuando permitimos que sea Aquél que vive en nuestro interior quien se manifieste y se deje sentir en nuestro entorno tocando corazones dispuestos y espíritus sensibles! ¡A Él y sólo a Él damos Gloria!
Muchas veces ignoramos cuánta influencia tiene nuestra manera de ser en los demás hasta que, en algún momento, alguien se nos acerca testificando sobre el giro que tomó su vida desde el día en que, observando nuestro proceder ante cierta situación, se sintió impactado/a.
Y es que, es imposible que el olor fragante que despide la presencia de Dios en sus hijos/as pase desapercibido, especialmente, entre aquellos que viven buscando llenar el vacío que sienten en lo más profundo de su ser.
Mientras más tiempo pasamos con Jesús, más marcados somos por Él…